viernes, 7 de marzo de 2008

Cecilia, 28 años, comunicadora.

Hace ya algunos años que tengo una vida sexual activa, soy monógama, y además mi menstruación es muy irregular, eso significó durante mucho tiempo que no use casi ningún método anticonceptivo. Fue una época complicada, muy dolorosa, yo estaba triste, desprendiéndome de mi compañero y aceptando que mucho de lo que había querido durante varios años, se desplomaba y yo no sabía que hacer. En medio de esa crisis, me quedé embarazada, cuando me enteré era de mañana muy tempranito, tome las pruebas que me acababan de entregar en el laboratorio, crucé la calle y llamé por el Andinatel a mi pareja, y luego a una tía muy cercana. Lloraba por el teléfono, tenía 8 semanas y no sabía muy bien como sentirme, el cuerpo me dolía, me dolían los senos, la cabeza. Salí y fui a un café donde mi compañero y yo nos encontraríamos más tarde para conversar, él llego poco después desayunamos juntos, tomamos un taxi y fuimos a su casa, ahí me quedé todo el día.

Casi no hablamos, la decisión ya estaba tomada, llamar a mi médico y pedirle que me consiga un doctor donde abortar lo más pronto. Eso hicimos, tenía cita con un doctor al día siguiente. Esa noche dormimos en casa de su madre y hablé también con la mía, ambas nos apoyaron, mi madre me dijo “tranquila, no es nada del otro mundo, vas a estar bien y eso es lo que hay que hacer, yo también he abortado”. Dormí profundamente.

Al día siguiente me sentí calmada, no había tenido en ningún momento un pensamiento de culpa o algún dilema moral, para mí estaba claro, mi decisión era abortar, no quería ser madre en ese momento, quería seguir estudiando, trabajando, viajando. Además en medio de mi separación, ser madre sería aun más complicado y no estábamos para eso. Lo que me molestaba era saber que no me había cuidado y que todo eso pudo haber sido evitado. Finalmente llegamos mi madre, mi pareja y yo al doctor, era un consultorio lejos del centro, había revistas de obstetricia y promoción de fármacos en la mesita de la sala de espera. Después de unos minutos el doctor nos hizo pasar. Le expliqué lo que me ocurría y él en vez de quedarse callado, me miró como si yo fuera la única culpable (no responsable, culpable), y dijo con voz de autoridad científica “es el colmo que a estas alturas las mujeres no sepan cuidarse y sigan pasando estas cosas”…, cómo me hubiera gustado ser más quien soy ahora para responderle que quien era él para opinar sobre mí, sobre mis decisiones, sobre mi cuerpo, gritarle que su función ahí no era juzgarme sino ayudar y de preferencia permanecer callado.

Sin embargo, sabía que no tenía opción, que si me ponía a pelear con él, lo más probable habría sido que se niegue a prestarme su servicio… de alguna forma él sabía que podía decirme eso porque yo de alguna forma estaba en sus manos. Concretamos una cita para el día siguiente, me explicó cómo sería el procedimiento, “muy simple” dijo, “en un día puedes levantarte y seguir en la universidad, hacer tu vida normal como si no hubiera pasado nada”. El costo? “Barato para estas circunstancias” -aclaró, “solo doscientos dólares”. Mi compañero pagaría todo.

El día llegó, acudimos a la cita, una tía, mi madre, mi compañero y yo. Yo entré sola a una sala con dos camas, no pasaba la luz del sol, solo se podía ver cuando se prendían las luces fluorescentes. Me acostaron en una de las camas, la más baja y me hicieron un eco, efectivamente tenía 8 semanas. Después me pidieron que me quite la ropa interior y me subieron a una cama, una enfermera me tocó con sus manos heladas y me puso una inyección de anestesia, no recuerdo más, desperté una hora más tarde, confundida, sin saber a ciencia cierta donde estaba, pero mi madre me tenía cogida la mano y pensé que todo estaba bien. Luego la enfermera me pidió que me vista y salimos de la sala hacia el consultorio del doctor, yo estaba aun débil y confundida por la anestesia, me dieron pastillas para la coagulación, toallas sanitarias para futuras secreciones y sangrados, anti inflamatorios y antibióticos. Nada más. Eso fue todo, no fue dramático como siempre nos han dicho, no me sentí cruel, ni mala, me sentí tranquila…