martes, 15 de abril de 2008

Ética, aborto y democracia, por Debora Diniz

Ética, aborto y democracia

Debora Diniz (1)

El debate sobre el derecho al aborto se ha extendido en las sociedades latinoamericanas, y en esta hoja informativa se analizan algunas de las argumentaciones esgrimidas. El derecho
al aborto es una demanda por justicia en una democracia laica. Es prioritariamente una cuestión
de derechos humanos y de salud pública.
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El pluralismo moral es un hecho sociológico y un principio democrático. Como hecho sociológico, describe la diversidad de creencias y valores sobre el concepto de vivir bien. Como principio democrático, garantiza que diferentes comunidades coexistan en una misma sociedad, ya que las personas deben ser libres para conducir sus vidas de acuerdo con sus creencias, en tanto éstas respeten los principios democráticos. Sin embargo, no se garantiza toda creencia moral únicamente por el principio del pluralismo: sólo las consideradas razonables, es decir, aquellas creencias que respeten los valores fundamentales de la democracia. El pluralismo como hecho sociológico es lo que lo fundamenta como un principio ético, pero los dos no se confunden en una democracia.

Entre el pluralismo como hecho sociológico y el pluralismo como principio democrático se encuentra la exigencia de que las comunidades morales respeten y promuevan valores fundamentales de la democracia. No todas las creencias alcanzan el nivel de demandas legítimas con d e recho a la expresión de sus valores y pensamientos en una sociedad. La esclavitud, por ejemplo, viola un principio básico de los derechos humanos -o de la dignidad de la persona humana- y, por eso se la considera inaceptable para la vida pública en una democracia. Nadie es libre para ser esclavizado, de la misma forma que nadie puede esclavizar a otra persona. Esto significa que el pluralismo como principio ético no es equivalente a la expresión nihilista del vale todo.

El relativismo es un instrumento del pensamiento político que ha favorecido la emergencia del pluralismo sociológico. La democracia se enriquece con el relativismo, pero no se agota en él. El relativismo debe ser entendido como una perspectiva metodológica para el pluralismo sociológico, pues es por medio del razonamiento relativista que se reconoce la diversidad moral de las sociedades. No obstante, esto no significa postular un relativismo nihilista de que todas las creencias son igualmente válidas ni la imposibilidad de juzgarlas. Los principios de la cultura de los derechos humanos son uno de los mecanismos de juicio del relativismo. Para que una creencia componga un arsenal de valores de una sociedad democrática es necesario que ella esté de acuerdo con los principios que fundamentan el ordenamiento político.

Es el carácter de razonabilidad de una creencia lo que garantizará su existencia en un ordenamiento democrático. El juicio de la razonabilidad de una creencia se hace por medio de los principios constitucionalmente acordados, entre ellos los derechos a la vida, a la libertad o a la salud. Es la ética pública de los principios democráticos la que confiere legitimidad a las creencias privadas de las comunidades morales. Algunos temas son objeto de intensa disputa democrática para el juicio de su razonabilidad, o mejor dicho, para el pasaje del pluralismo como hecho sociológico al pluralismo como principio ético. El aborto es uno de esos temas.

Para algunas comunidades morales, el aborto es un atentado a la vida en potencia del feto y, por esto, esta práctica sería una violación del principio constitucional del derecho a la vida. Para otras comunidades, el aborto es la expresión de un derecho re p roductivo, por lo tanto, fundamentado en el derecho a la salud y en la autonomía de la voluntad. Para los que defienden la tesis del aborto como un asesinato, el derecho al aborto sería un ejemplo de creencia no razonable, o sea, algo intolerable en una democracia. Por esto, en vez de ofrecer condiciones seguras para la realización del aborto, el Estado debería prohibirlo a través del uso de la fuerza punitiva.

El resultado de la argumentación del aborto como un crimen contra la vida se delineó como un falso conflicto entre dos principios constitucionales: el de la libertad de pensamiento y el del derecho a la vida. Para los que defienden la tesis del aborto como un homicidio, el falso conflicto sería solucionado por una invocación a la jerarquía entre los principios -el principio del derecho a la vida sería inviolable y anterior a todos los otros. La criminalización del aborto sería, entonces, un mecanismo legítimo del Estado para impedir la violación de un principio constitucional. A pesar de ser éste un razonamiento lógico, hay un equívoco argumentativo de fondo que lo torna inválido para una democracia laica.

El equívoco es que el debate sobre el aborto fue desplazado del campo de las libertades básicas hacia una disputa simbólica sobre el inicio de la vida. Este fue un movimiento político estratégico que pautó el debate público en América latina en la última década. Casi todos los escenarios oficiales de argumentación respecto de la moralidad del aborto son espacios de negociación sobre las señales biológicas de la santidad de la vida humana en un óvulo fecundado. Cada avance de la embriología o de la genética se incorpora rápidamente al arsenal de evidencias de que “hay vida humana en un embrión”. Un ejemplo reciente de ese movimiento de aproximación entre ciencia y religión fue el debate sobre las investigaciones con células madre embrionarias en Brasil.

Por ser la ciencia médica un discurso moral sobre la naturaleza, la salud y la enfermedad, la narrativa científica tropieza con las narrativas religiosas, y éstas a su vez, se valen de hechos científicos para fundamentar sus creencias. La génesis involucrada en la re p roducción biológica potencializa esa superposición entre las dos narrativas: la fecundación puede entenderse como una simple fusión de células o como una señal divina del origen de la vida. Buscar evidencias para los presupuestos religiosos en la ciencia es solamente una estrategia argumentativa, pues se reconoce el poder simbólico de la ciencia en nuestros ordenamientos sociales. El discurso sobre lo natural está entre los más seductores para permitir la superposición de creencias religiosas a la estructura básica del Estado.

Es posible rechazar la tesis del inicio de la vida humana en la fecundación, también por la biología. No hay consenso sobre el origen de la vida humana. Para muchos especialistas, la vida humana es un acto de reproducción continua: hay vida en óvulos, en espermatozoides, en un huevo, en un feto, en un niño, en un adulto y en un cadáver. Describir el inicio de la vida humana en la fecundación es una narrativa simbólica sobre el sentido de la existencia, pero no es un hecho biológico irrefutable. Sin embargo, no es necesario responder a la pregunta sobre cuándo la vida humana tiene inicio para reconocer el derecho al aborto como una expresión legítima del pluralismo sociológico y ético de nuestras sociedades.

Confiar en que una respuesta a la pregunta sobre “¿cuándo se inicia la vida humana?” solucionará el dilema del aborto es creer que ésos deben ser los términos argumentativos del debate. En verdad, hay una falsa presunción de que la pregunta sobre el inicio de la vida sea legítima para el debate político acerca del derecho al aborto en democracias laicas. La narrativa del milagro de la creación de la vida humana en la fecundación es una narrativa válida para algunas comunidades morales, lo que no significa que deba ser el fundamento moral para el debate sobre el aborto en una sociedad plural y laica. Y, en términos de ética pública, ése es un falso problema.

La disputa democrática no está entablada en el campo de la biología, sino en el campo de la ética. Lo que importa es cómo los fenómenos biológicos serán moralmente descriptos y cuáles serán las implicaciones de esas narrativas jurídicas para la garantía de las libertades básicas en nuestras sociedades. No hay divergencia científica sobre la tesis de la vida humana en un embrión: es un hecho biológico incontestable la existencia de células humanas en un huevo. La disputa no es si hay vida humana en un embrión, sino sobre cómo se describen los eventos biológicos para garantizar o restringir demandas éticas de las comunidades morales. Es decir, la negociación no debe ser sobre señales biológicas de vida en un embrión, sino sobre la relación entre valores religiosos y derechos fundamentales.

En el campo del aborto, eso puede significar que, a pesar de que una determinada comunidad moral considere el aborto un atentado contra una ley divina, éste no sea un presupuesto moral defendible en la esfera pública. El hecho de que una creencia moral sea racional, es decir, fundamentada, defendida y justificada por un grupo de personas, no significa que sea razonable para la esfera pública de un Estado plural y laico. Por diversas razones, no toda creencia racional se considera razonable para la razón pública y, en materia de aborto, gran parte de los valores que sostienen la inmoralidad del aborto no respetan el principio de laicicidad del Estado y del pluralismo razonable.

Para que una creencia respete el carácter laico del Estado, es necesario más que una expresión sociológica de la creencia. Por esto, no basta afirmar que la mayoría de los países
latinoamericanos está conformada por población católica, o que todos los días millares de mujeres recurren al aborto. Lo que concede legitimidad ética a una creencia privada es
su armonía con los principios básicos de una sociedad. Los que creen que el aborto es un crimen contra la vida humana en una fase celular, lo hacen contraponiéndose a aquellos
que sostienen los principios en defensa del derecho al aborto, los de la dignidad de la persona humana, de la autonomía, de la voluntad, de los derechos reproductivos, o de estar libre
de tortura y el derecho a la salud.

Sin embargo, si la evidencia sociológica no es suficiente para dirimir la controversia sobre el derecho al aborto, su expresión demográfica no puede ser ignorada, pues es la vivencia cotidiana de una práctica o de una creencia que surge de las demandas políticas por los derechos. Millares de mujeres abortan todos los días. El aborto inducido es una experiencia que compone la trayectoria reproductiva de muchas mujeres. Al abortar, ellas ignoran la disputa sobre el inicio de la vida: sus decisiones se pautan en valores como la dignidad de la persona humana, la libertad, la responsabilidad reproductiva o incluso concepciones de familia y filiación. No hay modo de impedir que las mujeres practiquen el aborto, pero sí se describen sus opciones como inmorales e ilegales, legitimando el uso de la fuerza del Estado contra ellas.

La decisión acerca de un aborto debe ser entendida dentro del ámbito de la ética privada de las mujeres. Centrarse en la disputa sobre el inicio de la vida, deja a las mujeres que pongan su vida y su salud en riesgo al inducirse un aborto en condiciones ilegales. Lamentablemente, la disputa religiosa en torno al aborto confundió los términos del debate político en los últimos años en América latina. Éste no debe ser un debate acerca de las verdades sobre el origen de la vida humana, sino sobre cómo garantizar que mujeres adultas en edad reproductiva no sufran y no arriesguen sus vidas en un aborto. La pregunta sobre el inicio de la vida humana no debe ser objeto de controversia argumentativa para quien sostiene el derecho al aborto en un marco constitucional. No es posible replicarla exenta de intencionalidad sobre la controversia moral respecto del aborto.

El derecho al aborto es una demanda por justicia en una democracia laica. Es prioritariamente una cuestión de derechos humanos y de salud pública. No serán las tesis metafísicas sobre el inicio de la vida las que impedirán que una mujer aborte. El mayor desafío del debate sobre esta práctica es devolverlo al campo de las libertades básicas. Para esto, es necesario redefinir la agenda de negociaciones. Hay un atentado o limitación grave a la democracia cuando se ignora el carácter laico del Estado y se restringen las libert a d es básicas en nombre de valores religiosos. Legalizar el aborto significa reconocer el hecho del pluralismo sociológico, pero también considerar seriamente el principio del pluralismo de la libertad de pensamiento en nuestras sociedades.

(1) Doctora en Antropología. Profesora de la Universidad de Brasilia.

Fuentes

Bauberót, Jean: Histoire de la Laïcité en France, París, Presses Universitaires de France, 2000, pág. 127, 13 ed.

Bobbio, Norberto: Tolerância e Verdade, en Norberto Bobbio, Elogio da Serenidade e Outros Escritos Morais, San Pablo, UNESP, 2002, págs. 149-158.

Diniz, Debora; Buglione, Samantha y Rios, Roger: Da Dúvida ao Dogma: Liberdade de Cátedra e Universidade Confessional, Brasilia/Porto Alegre, LetrasLivres, Livraria Editora do Advogado, 2006.

Eco, Umberto y Martini, Carlo Maria: Em que crêem os que não crêem?, Río de Janeiro, Record, 2000, págs. 156, 2 ed.

Feyerabend, Paul: Farewell to Reason, Nueva York, Verso, 1988.

Pena-Ruiz, Henri: Histoire de la Laïcité, París, Découvert es Gallimard, 2005, pág. 144.

Rawls, John: O Liberalismo Político, San Pablo, Ática, 2000, pág. 430.

viernes, 7 de marzo de 2008


Martha, 48 años

Mi nombre es Martha y tengo 48 años, cuando era joven a los 19 años tuve mi primera relación amorosa con un chico de nombre Jorge. Yo nunca había experimentado el amor ni había sentido deseo por nadie antes, es más, había aprendido que todo aquello era malo pues podía conducirnos a conductas impuras. Tampoco tenía ninguna información sobre sexualidad o anticoncepción, esos siempre fueron temas tabú en mi familia, de los que aprendimos a no preguntar. En realidad estaba tan poco informada que inclusive pensaba que bastaba con besarse para embarazarse.

Bueno, con Jorge comenzamos a experimentar un montón de cosas. Él era un chico Ibarreño que había venido a Quito para seguir la universidad, y por lo tanto tenía su propio departamento donde pasábamos mucho tiempo juntos estudiando, viendo películas, con amigas o amigos. Cuando comenzamos a salir, él me beso, fue mi primera vez y sentí cosas muy simpáticas, como estremecimientos del cuerpo. Después de este primer beso nuestros encuentros cambiaron un poco, pues también nos besábamos y nos abrazábamos acostados en la cama. Un día los dos estábamos besándonos, cuando de repente él comenzó a tocarme, yo no sabía qué hacer mientras él deslizaba sus manos por mi cuerpo tocando principalmente mis nalgas, y besándome en el cuello muy cerca de los senos. Poco a poco fuimos avanzando, hasta que estábamos completamente desnudos y él sobre mí, yo estaba realmente asustada y tenía mucho miedo, era una impresión enorme para mí lo que había pasado, y ni siquiera alcancé a decir nada cuando él ya me había penetrado y en menos de cinco minutos terminó todo.

Yo en realidad sentí alivio de que todo se acabara pronto, y después di alguna excusa y me fui. Después de eso el empezó a buscarme más y cada vez que estábamos solos me tocaba, yo evité ir a su casa durante unos 15 días y por eso nunca más volvimos a tener sexo. Dos semanas después me di cuenta de que estaba embarazada. En casa mis padres me matarían y Jorge decía que él no podía ser el padre y que si decía lo que estaba pasando, lo iba a negar porque él se había acostado solo una vez conmigo y, si estaba embarazada, sería porque yo estaría "puteando por ahí con otros", que era una "hecha la santa".

Yo caí en la desesperación más grande, mis notas bajaron, comencé a tener problemas y a deprimirme mucho. Ante esto, una de mis amigas me aconsejó que me hiciera un aborto, ella decía que eso no era malo, que ella lo había hecho y que en realidad ser madre debía ser una elección y no una obligación. Yo estaba indecisa, no me parecía eso del aborto pero a la vez creía que era la mejor solución para mi situación. Para afianzar mi decisión decidí ir con mi amiga a varios sitios para averiguar sobre abortos, muchos de esos sitios se veían antihigiénicos, y yo no quería arriesgar mi vida, además aun tenía que pensarlo.

Finalmente, llegué a una clínica privada que estaba muy limpia y ofrecía buenas condiciones. Allí una doctora me explicó el procedimiento y me dio información y apoyo psicológico, permitiéndome valorar realmente mi situación y mis opciones como nunca lo había hecho en la vida. Decidí abortar y no solo lo hice porque me tocaba asumir un gran problema en casa y por la crítica social que mi embarazo podría crear, sino que lo hice porque yo me merecía una vida buena y tener hijos e hijas cuando los deseara, productos del amor y del placer y no de la violencia. Pues si bien yo no me había negado con Jorge, tampoco había accedido, y a pesar de que eso no había sido técnicamente una violación, implicó violencia porque él nunca pensó en mis deseos, ni mucho menos en mi placer.

En una semana me hice el aborto, no recuerdo ni siquiera que excusa inventé en casa. El procedimiento salió muy bien y yo estuve feliz con mi decisión. Aprendí que la sociedad y los otros intentan controlar tus actos y decirte cómo actuar, aun cuando eso no te hace feliz, solo por guardar apariencias, solo por parecer. Aprendí también que el control sobre nosotras las mujeres se basa en nuestra sexualidad, en su represión, en su negación y en su forma ideal que es para dar placer, y en la moral hipócrita de quienes primero nos rechazan y luego nos juzgan. Desde ese día mi vida cambió mucho y para bien, pues aprendí a decidir por mí. Mi aborto no me causó ningún problema en lo posterior, es más después tuve 2 hijos y soy feliz con mi profesión y con la vida que llevo.

Catalina, 56 años, madre de tres hijos, joyera, restauradora, actualmente trabaja en el sector público.

Mi experiencia, es como la de esos cientos y miles de mujeres de todo el mundo. La mía no es diferente: mis propios complejos provenientes de una formación religiosa familiar, así como las reglas implacables de la formación escolar y secundaria en un plantel católico hicieron que la decisión fuera más difícil.

Al cabo del tiempo sé que esa fue la mejor decisión. Mi experiencia sobre la vida era tan corta, que no tenía sentido que mi inmadurez me hiciera tener un guagua al que no podía criar.

¡No es cierto que los niños vengan con la palanqueta bajo el brazo! Para una mujer sola, sin trabajo y sin apoyo por parte del Estado, es muy difícil sacarse el aire para criar un hijo, es hasta contradictorio, creo que todas las mujeres nos merecemos tener un hijo con las mínimas condiciones de equilibrio emocional y económico.

Es tan falso también el sentido de la frase popular-religiosa “Dios proveerá”, para que eso realmente se cumpla deberíamos tener la protección del Estado y todas las mujeres podríamos cumplir nuestro rol de madres sabiendo que tenemos el derecho de tener cubiertas nuestras necesidades básicas y las de salud para nosotras y nuestros hijos e hijas.

Estuve divorciada. Luego de algún tiempo de estar sola tuve una nueva relación con un buen hombre. Al cabo de unos meses quedé embarazada. Cuando conversé con él se sorprendió y luego se negó a aceptar. Yo apenas tenía para comer y atender mis necesidades elementales. Tomé la decisión de abortar: ¿a dónde ir?, ¿quién me podía recomendar un sitio?, ¿dónde podría encontrar un profesional que hiciera abortos?

Al fin un día se disiparon todas esas dudas. Una compañera de trabajo, menor que yo, me dio un dato que logró conseguir. En la 10 de agosto y Asunción había un médico que practicaba abortos. Fuimos juntas para darnos fuerzas por la decisión tomada, mi amiga Teresa, solidaria conmigo, estuvo todo el tiempo a mi lado. Allí pude saber el costo y fijé fecha y hora.

Mientras subíamos las oscuras escaleras para llegar a un segundo piso, todo mi cuerpo estaba erizado: el lugar no podía ser más lúgubre, el temor se fue apoderando de nosotras que teníamos ganas de salir corriendo. Sin embargo, yo no tenía alternativa. Decidimos esperar. Mientras… conversábamos en voz baja, sin levantar siquiera la mirada posiblemente porque temíamos ser descubiertas.

Llegó la hora y pasé sola a un cuarto contiguo. Allí se evidenciaron las condiciones en las que se practican los abortos clandestinos, fue patético: salía una empleada humilde con un balde de zinc lleno de agua sanguinolenta. “Dios mío”-pensé, “en qué me he metido. Cómo puede una mujer llegar a un sitio tan espantoso como este”.

Finalmente era mi turno. Preferí no pensar, era mejor para no entristecerme más por mi suerte y las de las otras mujeres, de todas las condiciones que estaban allí.

Fue rápido. Una inyección y no supe de mí. Cuando desperté, no sabía ni la hora ni lo que habían hecho conmigo. Me asusté mucho. Mi amiga me esperaba y fuimos juntas a su casa para tener un lugar donde descansar.

Al día siguiente ya en el trabajo por mi cabeza pasaban todas las imágenes de terror del episodio vivido. También me dio mucha pena por mí y por las otras mujeres, hay muchas que mueren en estas prácticas donde no hay asepsia, ni responsables, donde las condiciones de esa clandestinidad son infrahumanas, donde los comerciantes de este sistema se enriquecen a costa del descuido y desidia de la sociedad.

Martha, 48 años

Mi nombre es Martha y tengo 48 años, cuando era joven a los 19 años tuve mi primera relación amorosa con un chico de nombre Jorge. Yo nunca había experimentado el amor ni había sentido deseo por nadie antes, es más, había aprendido que todo aquello era malo pues podía conducirnos a conductas impuras. Tampoco tenía ninguna información sobre sexualidad o anticoncepción, esos siempre fueron temas tabú en mi familia, de los que aprendimos a no preguntar. En realidad estaba tan poco informada que inclusive pensaba que bastaba con besarse para embarazarse.

Bueno con Jorge comenzamos a experimentar un montón de cosas, él era un chico Ibarreño que había venido para seguir la universidad aquí en Quito, y por lo tanto tenía su propio departamento donde pasábamos mucho tiempo juntos estudiando, viendo películas, con amigas o amigos. Cuando comenzamos a salir él me beso, fue mi primera vez y sentí cosas muy simpáticas, como estremecimientos del cuerpo. Después de este primer beso nuestros encuentros cambiaron un poco de carácter pues también nos besábamos y nos abrazábamos acostados en la cama. Un día los dos estábamos besándonos, cuando de repente él comenzó a tocarme, yo no sabía qué hacer mientras él deslizaba sus manos por mi cuerpo tocando principalmente mis nalgas, y besándome en el cuello muy cerca de los senos. Poco a poco fuimos avanzando, hasta que estábamos completamente desnudos y él sobre mí, yo estaba realmente asustada y tenía mucho miedo, era una impresión enorme para mí lo que había pasado, y ni siquiera alcancé a decir nada cuando él ya me había penetrado y en menos de cinco minutos terminó todo.

Yo en realidad sentí alivio de que todo se acabara pronto, y después di alguna excusa y me fui. Después de eso el empezó a buscarme más y cada vez que estábamos solos me tocaba, yo evité ir a su casa durante unos 15 días y por eso nunca más volvimos a tener sexo. Dos semanas después me di cuenta de que estaba embarazada, en casa mis padres me matarían y Jorge decía que él no podía ser el padre y que si decía que lo era, lo iba a negar porque él solo se acostó una vez conmigo y si estaba embarazada yo debía de andar puteando por ahí con otros, que era una hecha la santa.

Yo caí en la desesperación más grande, mis notas bajaron, comencé a tener problemas y a deprimirme mucho. Ante esto una de mis amigas me aconsejó que me hiciera un aborto, ella decía que eso no era malo, que ella lo había hecho y que en realidad ser madre debía ser una elección y no una obligación. Yo estaba indecisa, no me parecía eso del aborto pero a la vez creía que era la mejor solución para mi situación. Para afianzar mi decisión decidí ir con mi amiga a varios sitios para averiguar sobre abortos, muchos de esos sitios eran repugnantes estaban llenos de sangre o se notaban muy antihigiénicos, y yo no quería arriesgar mi vida, además aun tenía que pensarlo.

Finalmente, llegué a una clínica privada que estaba muy limpia y ofrecía buenas condiciones, allí una doctora me explicó el procedimiento y me dio información y apoyo psicológico, permitiéndome valorar realmente mi situación y mis opciones como nunca lo había hecho en la vida. Decidí abortar y no solo lo hice porque me tocaba asumir un gran problema en casa y por la crítica social que mi embarazo podría crear, sino lo hice porque yo me merecía una vida buena y tener hijos e hijas cuando los deseara, productos del amor y del placer y no de la violencia. Pues si bien yo no me había negado con Jorge, tampoco había accedido y a pesar de que eso no había sido técnicamente una violación, implicó violencia porque él nunca pensó en mis deseos ni mucho menos en mi placer.

En una semana me hice el aborto, no recuerdo ni siquiera que excusa inventé en casa. El procedimiento salió muy bien y yo estuve feliz con mi decisión. Aprendí que la sociedad y los otros intentan controlar tus actos y decirte cómo actuar aun cuando eso no te hace feliz solo por guardar apariencias, solo por parecer. Aprendí también que el control sobre nosotras las mujeres se basa en nuestra sexualidad, en su represión, en su negación y en su forma ideal que es para dar placer, y en la moral hipócrita de quienes primero nos rechazan y luego nos juzgan. Desde ese día mi vida cambió mucho y para bien, pues aprendí a decidir por mí. Mi aborto no me causó ningún problema en lo posterior, es más después tuve 2 hijos y soy feliz con mi profesión y con la vida que llevo.

Cecilia, 28 años, comunicadora.

Hace ya algunos años que tengo una vida sexual activa, soy monógama, y además mi menstruación es muy irregular, eso significó durante mucho tiempo que no use casi ningún método anticonceptivo. Fue una época complicada, muy dolorosa, yo estaba triste, desprendiéndome de mi compañero y aceptando que mucho de lo que había querido durante varios años, se desplomaba y yo no sabía que hacer. En medio de esa crisis, me quedé embarazada, cuando me enteré era de mañana muy tempranito, tome las pruebas que me acababan de entregar en el laboratorio, crucé la calle y llamé por el Andinatel a mi pareja, y luego a una tía muy cercana. Lloraba por el teléfono, tenía 8 semanas y no sabía muy bien como sentirme, el cuerpo me dolía, me dolían los senos, la cabeza. Salí y fui a un café donde mi compañero y yo nos encontraríamos más tarde para conversar, él llego poco después desayunamos juntos, tomamos un taxi y fuimos a su casa, ahí me quedé todo el día.

Casi no hablamos, la decisión ya estaba tomada, llamar a mi médico y pedirle que me consiga un doctor donde abortar lo más pronto. Eso hicimos, tenía cita con un doctor al día siguiente. Esa noche dormimos en casa de su madre y hablé también con la mía, ambas nos apoyaron, mi madre me dijo “tranquila, no es nada del otro mundo, vas a estar bien y eso es lo que hay que hacer, yo también he abortado”. Dormí profundamente.

Al día siguiente me sentí calmada, no había tenido en ningún momento un pensamiento de culpa o algún dilema moral, para mí estaba claro, mi decisión era abortar, no quería ser madre en ese momento, quería seguir estudiando, trabajando, viajando. Además en medio de mi separación, ser madre sería aun más complicado y no estábamos para eso. Lo que me molestaba era saber que no me había cuidado y que todo eso pudo haber sido evitado. Finalmente llegamos mi madre, mi pareja y yo al doctor, era un consultorio lejos del centro, había revistas de obstetricia y promoción de fármacos en la mesita de la sala de espera. Después de unos minutos el doctor nos hizo pasar. Le expliqué lo que me ocurría y él en vez de quedarse callado, me miró como si yo fuera la única culpable (no responsable, culpable), y dijo con voz de autoridad científica “es el colmo que a estas alturas las mujeres no sepan cuidarse y sigan pasando estas cosas”…, cómo me hubiera gustado ser más quien soy ahora para responderle que quien era él para opinar sobre mí, sobre mis decisiones, sobre mi cuerpo, gritarle que su función ahí no era juzgarme sino ayudar y de preferencia permanecer callado.

Sin embargo, sabía que no tenía opción, que si me ponía a pelear con él, lo más probable habría sido que se niegue a prestarme su servicio… de alguna forma él sabía que podía decirme eso porque yo de alguna forma estaba en sus manos. Concretamos una cita para el día siguiente, me explicó cómo sería el procedimiento, “muy simple” dijo, “en un día puedes levantarte y seguir en la universidad, hacer tu vida normal como si no hubiera pasado nada”. El costo? “Barato para estas circunstancias” -aclaró, “solo doscientos dólares”. Mi compañero pagaría todo.

El día llegó, acudimos a la cita, una tía, mi madre, mi compañero y yo. Yo entré sola a una sala con dos camas, no pasaba la luz del sol, solo se podía ver cuando se prendían las luces fluorescentes. Me acostaron en una de las camas, la más baja y me hicieron un eco, efectivamente tenía 8 semanas. Después me pidieron que me quite la ropa interior y me subieron a una cama, una enfermera me tocó con sus manos heladas y me puso una inyección de anestesia, no recuerdo más, desperté una hora más tarde, confundida, sin saber a ciencia cierta donde estaba, pero mi madre me tenía cogida la mano y pensé que todo estaba bien. Luego la enfermera me pidió que me vista y salimos de la sala hacia el consultorio del doctor, yo estaba aun débil y confundida por la anestesia, me dieron pastillas para la coagulación, toallas sanitarias para futuras secreciones y sangrados, anti inflamatorios y antibióticos. Nada más. Eso fue todo, no fue dramático como siempre nos han dicho, no me sentí cruel, ni mala, me sentí tranquila…

Cristina, 24 años, estudiente de medicina

Mi experiencia me ha ayudado a darme cuenta de que una nunca puede juzgar las decisiones de las otras u otros, sobre todo porque cada situación implica una serie de condicionamientos y de contradicciones donde solo quien pasa sabe lo que es mejor. Yo soy Cristina y he tenido dos abortos en mi vida, los dos han sido voluntarios. Compartir mi historia con otras mujeres es la única manera que nos permite dejar de sentir culpa.

Cuando me practiqué mi primer aborto tenía 20 años, vivía sola en Quito. A donde había llegado por mis estudios. Tenía un novio con el que había iniciado en mi vida sexual. Los dos estudiamos medicina, así que nuestro primer aborto no fue una cosa muy complicada. Pudimos acceder a los medicamentos por medio de certificados de la universidad y fingir un aborto espontáneo. De esta manera conseguimos que me atendieran en un hospital para una limpieza del útero.

Después de esto sentí un poco de culpa; una culpa que se veía contrastada con mis conocimientos médicos y mis deseos de no ser madre aún. Sin embargo me sentía mal cuando escuchaba debates sobre el aborto, en la tele, o leía cosas sobre el tema, que lo condenaban muy fuertemente. También me volví un poco retrógrada porque comencé a condenar el aborto, y a quienes lo practicaban abiertamente, creo que todo esto respondía a mi deseo de protegerme de ser descubierta.

Después de mi primer aborto, comencé a cuidarme con píldoras anticonceptivas, porque me di cuenta de que el condón no era un método seguro. Para mi sorpresa, a los 22 volví a embarazarme. En esa época estaba ya en 4to año de la universidad, me faltaban 2 años más la especialización… no sabía qué hacer.

Así que decidí volverme a hacer un aborto. Después de esto me deprimí mucho, no comprendía mis propias decisiones, cómo podía realizar un acto que condenaba y, lo peor, cómo podía repetir el error que consideraba era el más grande de mi vida. En mi cabeza no encontraba una explicación coherente, solo sabía que no quería ser madre, que no quería dejarlo todo por un error. Poco a poco con el tiempo fui comprendiendo que el aborto es una opción cuando las mujeres no deseamos tener hijos, y creo que no está mal porque sería peor tener hijos que te frustren o que no quieres.